En esta ocasión presento otro artículo recogido en la revista Zona libre. Fue en el número 7, de mayo de 2005, en cuya portada aparece un cuadro atribuido a Luis Tritán, discípulo del Greco, sobre el martirio de San Sebastián (portada que incluyo a continuación). Este artículo es un breve repaso por la vida y obra de Takeshi Kitano, polifacético personaje que en España empezó a conocerse a través del programa Humor amarillo, a principios de los noventa con la televisión privada (en Japón se conocía como Takeshi´s Castle). A este artículo le iban a seguir otros (desde la sección Culturiza.T) sobre distintas películas de Kitano, pero lamentablemente el número 7 de Zona libre fue el canto del cisne de esta revista, que no se volvió a publicar más.
TAKESHI KITANO, TALENTO PARA LO TRÁGICO Y
LO BUFONESCO.
Si hay un artista que, en la actualidad, da siempre que
hablar, y bastante, ese no puede ser otro que Takeshi Kitano. Aunque en nuestro
país es recordado casi exclusivamente por el alocado programa Humor amarillo, que Tele 5 emitió a
principios de los noventa (¿quién no recuerda los trompazos que esos insensatos
orientales se pegaban con las zamburguesas?), este japonés que ronda los 58
años ha hecho algo más que entretenimiento televisivo; así lo prueban los
innumerables oficios que ha desempeñado, donde, de una forma u otra, ha
desarrollado siempre una vena artística muy personal, a saber: periodista
deportivo, columnista en diarios nipones, novelista, poeta, moderador de
debates, actor de cine y televisión, cineasta y, por encima de todo, cómico.
Porque, a pesar de que ahora está mucho más interesado por el cine, su gran
aspiración fue, desde el principio, el mundo de lo risible.
Ciertamente, este estudiante de ingeniería rompió el
corazón a sus padres cuando fue expulsado de la facultad y decidió que su fin
en la vida (imperdonable fin) era convertirse en cómico. Para ello, no dudó en
aceptar cualquier tipo de trabajo que lo mantuviera cerca de los escenarios, ya
fuera de camarero o ascensorista. Precisamente en el ascensor conoció al
director del teatro que, sabedor de sus intenciones, una noche le dio la
oportunidad de “estrenarse” cuando el cómico que debía actuar se ausentó. La
cosa no salió mal, ya que no trabajó más en el elevador; es decir, continuó con
sus actuaciones, depurando su estilo. De este modo conoció a Kioshi Kaneko, con
el que formó el transgresor dúo “The Two Beats”, pareja artística del manzaï
(estilo cómico parecido al Club de la
comedia) que obtuvo gran aceptación en teatros y locales, lo que les
catapultó directamente a la televisión y radio niponas. Gracias a la pequeña
pantalla, Takeshi Kitano (que entonces se hacía llamar Beat Takeshi,
sobrenombre que después ha mantenido cuando se acredita como actor) se encumbró
a lo alto de la popularidad, siendo un rostro muy reconocible en su país
durante la década de los setenta.
No es de extrañar que, merced a su renombre, este
inquieto personaje diera el salto al séptimo arte. Lo hizo en 1980, si bien su
primer papel de importancia se lo dio Nagisa Oshima, en su película Feliz Navidad, Mr. Lawrence, de 1983 y
protagonizada por el cantante David Bowie. Su papel, el de Sargento Hara, era
bastante serio y el público no supo comprender este cambio de registro (¡claro,
con esa cara de cachondo y esa fama de bromista, qué iba a esperar!), lo que,
desde luego, no digirió bien; es más, se juró a sí mismo que, a partir de
entonces, todos sus personajes cinematográficos serían individuos graves,
austeros, sin ningún tamiz humorístico (cosa que, desde luego, no ha cumplido).
Y aquí nos encontramos con una nueva casualidad, porque su inicio como cineasta
se produjo en unas circunstancias similares a las que propiciaron su irrupción
en el mundo del espectáculo: el director del nuevo film que iba a protagonizar,
Kenji Fukasaku, enfermó de gravedad y no pudo hacerse cargo del proyecto.
Entonces Takeshi Kitano vio el campo expedito y, una vez que consiguió
convencer a los productores, dirigió su primera película. Era el año 1989 y la
película Violent Cop. Pese a no haber
dirigido nada en su vida, en este film ya mostró algunas de las propuestas
estéticas e inquietudes artísticas más reconocibles en su cine: escaso diálogo,
violencia desgarrada, gags humorísticos muy visuales. Además, en Violent Cop interpretó un tipo de
personaje muy agraciado en su filmografía: un personaje taciturno, desorientado
interiormente y siempre al borde del abismo; una especie de Charles Bronson
oriental, parco en gestos, capaz de destruir a todos, incluido él mismo.
El reconocimiento internacional de su cine no llegó
hasta el año 1993, cuando su película Sonatine
fue aclamada en el Festival de Cannes, lo que ha avalado su prestigio como
cineasta por todo el mundo; aun así, en Japón se le sigue considerando un
bufón, hecho éste que no habla muy bien del país del sol naciente. El cenit de
su carrera cinematográfica lo alcanzó con el film Hana-Bi (Flores de Fuego), de 1997, que logró el León de Oro del
Festival de Venecia de 1998. Desde entonces se ha mostrado al público y a la
crítica como un creador personal que no se deja arrastrar ni por modas ni por
tendencias, manteniendo, ante todo, su independencia artística, su propio
criterio.
Como cineasta, que es lo que aquí nos interesa reseñar,
merece la pena destacar una puesta en escena minimalista, de una sencillez
asombrosa, que, en consecuencia, acompaña con una planificación ajustada, sin
planos redundantes. Otra característica de su cine, con la que algunos críticos
se despachan en su contra, es el tratamiento de la violencia, que en las
películas de Kitano adquiere una dimensión dramática, trágica, a través de un
estallido repentino; es como un huracán iracundo y caprichoso capaz de liberar
todos los males del ser humano. «Como en la vida, mi visión de la violencia es realista
y dolorosa», son sus palabras; en definitiva, vida y violencia, y el dolor que
conlleva esta última, son dos realidades entrelazadas. Además, en algunos
films, como en Hana-Bi o Brother (2000),
Kitano ha desplegado unas elipsis argumentales que huyen de las tramas
complejas y absurdas; son como pequeños flash
back que, si bien en un primer momento pueden despistar, se revelan,
claramente, como unos recursos de una fuerza narrativa demoledora. Una
narración, por cierto, preñada de un fuerte lirismo y de un ritmo sosegado,
sereno. Pero, con todo, el cine de Kitano es un perfecto vehículo para los
sentimientos humanos más frecuentes: amistad, amor, desgarro, muerte, culpa,
extrañamiento, humor, etc. Todo ello se da en sus obras con una marcada finalidad,
que ya fue puesta en evidencia por el maestro Hitchcock, que no es otra que el
rectángulo de la imagen esté cargado de emoción.
Esto es algo que Kitano, ese «cineasta involuntario», como él mismo se define,
alcanza con total rotundidad.
Con estas
palabras he querido presentar sucintamente la vida y personalidad artística de
Takeshi Kitano, un cineasta «llamado a llevarse las mayores alabanzas» según
algunos; y, además, hacer una pequeña introducción a la sección que, desde esta
revista, se va a dedicar a su obra. De modo que no puedo cerrar esta
presentación sin hacer una escueta mención a toda su filmografía, que se suele
dividir en dos partes: una primera, que abarcaría la ya citada Violent Cop, a la que habría que añadir Boiling Point (1990), A Scene of the Sea (1992), Sonatine
(1993) y Getting Any? (1994),
auténtica gansada donde las haya; y una segunda, con títulos como la
autobiográfica Kids Return (1996), Hana-Bi (1997), todo un lujo, la
chaplinesca El verano de Kikujiro
(1999), Brother (2000), Dolls (2002), sentido canto al amor
imposible, y su último título, Zatoichi
(2003), en la que reinterpreta, a su gusto, un personaje tradicional japonés.
Básicamente, su principal diferencia es el desarrollo de las historias, más
lineal en la primera etapa y abiertamente intercalado en la segunda. Y, sin
más, dejo paso al comentario de cada una de las películas, esperando que, de sus
sutiles apreciaciones, se despierte el gusto por el cine en general, y por la
obra de Kitano en particular.
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