Con la
irreparable pérdida de Víctor Sánchez-Aranzueque todavía reciente, desde este
camarote quiero, humildemente, rendirle tributo con una de las muchas facetas
en las que su desbordante personalidad se introdujo, la poesía. Sabido es que
su pasión era la música, en la que era un consumado maestro, pero nunca desdeñó
el mundo de las letras.
Aquí
presento un poema suyo, titulado El
vagabundo, publicado en el número 7 de la desaparecida revista Zona Libre, de mayo de 2005, en la época
en la que yo colaboraba con la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Yepes.
Siempre dispuesto a colaborar y a llevar a cabo cualquier tipo de iniciativa
cultural, su vida ha sido un ejemplo valiosísimo de pasión y de lucha por todo
en lo que uno cree, por todo lo que uno ama. No en vano en su poema podemos
leer «Pues para ir cabizbajo me sobran
los motivos, al igual que para luchar hasta el final». Nunca dejaremos de
echarle de menos, porque luchó hasta el final.
Que
la tierra te sea leve, Víctor.
EL
VAGABUNDO
Nadie
puede ver a través de los ojos
de
un pobre vagabundo solitario,
porque
nadie camina hacia el futuro
queriendo
olvidar el pasado.
Así
es la tenue y triste vida
de
un hombre enamorado y desamparado;
así
perece poco a poco en su memoria
cada
uno de los amores en los que ha naufragado.
No
vive en ningún mundo de locos,
ni
tampoco entre cuerdos ha habitado,
pero
si ha vagado entre el olvido,
la
tristeza, la soledad y lo nostálgico.
Así
de cruel es la vida cuando tuerces una esquina,
pues
al tomar bien la curva no temes una caída.
pero
el que es un vagabundo de tantas causas perdidas
no
cesa de luchar por amor, por el que daría la vida.
No
son sus ropas raídas las que muestran su valía,
no
son sus medallas ni su espada las que muestran su esplendor,
el
que nace caballero lo demuestra cada día
dando
a entender al mundo que lo lleva en el corazón.
Sus
paseos son amargos, como lo es así su vida,
porque
el viento ha erosionado sus manos y su cara,
porque
sus caricias se han perdido entre las nubes y las nieblas…
porque
ya no tiene a quién dar amor, pues ha perdido a su amada.
Ahora
se refugia entre portales, matojos y posadas
intentando
olvidar el dolor que le causó su dama fugada.
pero
el frío del invierno trae consigo el aroma de su pelo
y
este pobre vagabundo no encuentra un poco de consuelo.
Así
de ahogado está en su boca el olvido,
pues
no encuentra un modo de vivir porque le faltan los motivos.
Así
de triste ve pasar lentamente las horas
viendo
desde un banco pasar los trenes por donde ha venido.
Pero
su mirada se pierde ahí, en la bella luz del Tajo,
cuando
asoma bien la luna y logra iluminar su rostro.
Y
es entonces cuando una de sus toscas sonrisas
se
funde con sus lágrimas, puesto que está solo.
Esas
bellas noches son las que le dan más cobijo.
Son
estas, en las que la soledad no está tan sola,
en
las que la luna le vuelve a dar abrigo
y
vuelve a sentir el arrullo de la aurora.
Así
de simple es el pobre, que se conforma con nada,
tan
sólo un gesto, un abrazo, aunque sea una mirada.
Pero
él sólo sabe darlo todo por su bella amada,
la
cual parece ser que ha olvidado con quién habla.
Dudo
mucho que este hombre, inmerso en la soledad,
logre
encontrar un camino de vuelta a la felicidad,
pues
por los grises parajes por los que va a caminar
no
hay sendero ni vereda, solo tierra que pisar.
Alguien
le dijo un día que por nada se achantara,
pero
él, débil e iluso, no puede ni con su alma.
Esa
persona le dijo que era un ángel sin alas,
pero
él se ve más demonio, porque oculta su mirada.
No
es un hombre de muchas amistades,
pero
con las que tiene está más que sobrado,
aunque
prefiere caminar siempre solo,
perdido,
sin rumbo y abandonado.
Este
hombre no es otro que el que poco a poco ha escrito
unas
líneas que le han servido para evadir su soledad.
Ha
dado rienda suelta a su desamparo y su pobreza
y
ha comenzado de nuevo a caminar.
Porque
nadie dicta los pasos de un desconocido,
el
que todos, cada día, ven como un loco caminar.
Pues
para ir cabizbajo me sobran los motivos,
al
igual que para luchar hasta el final.
Hay
gente que intenta entender qué ven mis ojos
y
los hay que intentan concebir cómo está mi corazón,
pero
es algo que se hace demasiado complicado
puesto
que ya demasiadas veces he muerto por amor.
Así
es la vida del vagabundo, perdido y desolado,
Así
de dura es la vida, que nunca está de su lado.
Así
de triste es su mirada de poeta abandonado.
Así
se ha muerto de nuevo… pero seguirá luchando.
VÍCTOR SÁNCHEZ-ARANZUEQUE PANTOJA
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