Señala
el filósofo Gustavo Bueno en su obra La
Fe del Ateo[1]
(cuya lectura humildemente se recomienda a quien esté interesado en estos temas)
que los términos “fe” y “ateísmo” no son conceptos unívocos, claramente
determinados, a pesar de que ordinariamente se emplean como si su significado
fuera nítido, sin ambages ni despistes. Este uso coloquial es el que provoca
que expresiones como «la fe del ateo», a la que se refiere el título del libro,
se contemplen como paradojas graciosas, ingeniosas, como juegos de palabras
sutiles y perspicaces; «la fe de los ateos es el ateísmo», y todos a reír con
la frase chistosa, supuestamente cargada de originalidad. Para nada es ésa la
situación. Así, el creador del materialismo filosófico expone que a la hora de
hablar de “fe” como confianza en alguien o algo[2],
podemos realizar esta clasificación: por un lado, la fe personal o en sentido
estricto, que a su vez se puede subdividir en fe natural o humana (esto es,
confianza en personas humanas) y fe religiosa o sobrenatural (que es la que se
da con personas divinas o no humanas); por otro, la fe impersonal o en sentido
amplio, como, por ejemplo, la fe en las leyes de la dinámica de Isaac Newton o
la fe en que mi casa va a resistir los embates del paso del tiempo. Parece
obvio que el ateo lo que niega con rotundidad, lo que no posee, es fe
religiosa, fe en los dioses o en algún dios de una religión monoteísta; pero muy bien puede
tener, y de hecho tiene (como todas las personas), fe natural o humana, y
también fe impersonal. El ateo puede tener fe en sus amigos, en sus padres, en
su médico, en su grupo de música favorito, en los descubrimientos de las
ciencias, en los avances tecnológicos, en unos principios éticos, en unas
instituciones políticas, etc. De ahí la crítica que Fernando Savater hace a
libros como ¿En qué creen los que no
creen?[3],
de Umberto Eco y el cardenal Martini, en los que se sobreentiende que tener fe
o confianza siempre va relacionado o asociado a algún contenido o creencia
estrictamente religioso, cuando eso no tiene por qué ser así[4].
Openclips. Zeus. Dominio Público. |
Pero
es que, como se apunto más arriba, el término ateísmo tampoco es pacífico y
asume diversas acepciones. El profesor Gustavo Bueno indica que no es lo mismo
negar la existencia de un dios del panteón griego o egipcio (lo que sería ateísmo politeísta) que negar la
existencia del dios de una religión monoteísta (ateísmo monoteísta), que es como hoy en día se entiende el ateísmo.
En este sentido, los primeros cristianos fueron llamados ateos, puesto que
negaban la existencia de los dioses paganos en nombre del dios que ellos
consideraban verdadero, único[5].
Otra distinción que muestra este notable filósofo es la que depende de cada
religión; de modo que no es lo mismo ser ateo católico que ateo judío o ateo
musulmán. No se parte del mismo marco. No es lo mismo, por ejemplo, el dios
trinitario del catolicismo que el unitario (aristotélico) del islamismo.
Además,
está la distinción que separa ateísmo
negativo de ateísmo privativo. El
primero se daría en aquella persona que por educación o cultura se mantiene
«enteramente al margen de Dios»[6].
Es el caso, singularmente, del jainismo, considerada por algún autor como una
“religión atea”[7] que
prescinde por completo del concepto de Dios; es más, incluso aporta argumentos en
contra de su existencia[8].
Ateísmo privativo, por lo demás, sería aquella situación a la que llega una
persona después de haber creído en Dios; es decir, ateo privativo es aquel que
ha perdido la fe en Dios. Prototipos particulares de este ateísmo pueden ser
los del agónico Unamuno, en su lucha, o de Ortega y Gasset. Resulta obvio que
esta forma de ateísmo es la más frecuente en sociedades como la nuestra, con
una religión dominante.
Sin
embargo, la clasificación más interesante, a mi juicio, es la que el profesor
Bueno hace entre ateísmo existencial
y ateísmo esencial. En el ateísmo
existencial lo que sencillamente se niega es la existencia de Dios, y esta
negación se puede articular de dos modos: o bien negando con firmeza la
existencia del Dios de una religión monoteísta (lo que es considerado por Gustavo Bueno como
«ateísmo por antonomasia»[9]),
o bien con una actitud, digamos, dubitativa, vacilante, en la que se duda de la
existencia pero sin negarla de plano, esto es, dejando abierta la puerta a la
“esencia divina”. Aquí podemos situar al llamado agnosticismo, denominado por
Friedrich Engels ateísmo vergonzante, tal y como recoge Gustavo Bueno[10].
Por
otro lado, el ateísmo esencial lo que niega no es ya primeramente la existencia
de Dios sino su esencia o atributos. De esta forma, igualmente se diferencian
para este ateísmo dos maneras de expresión: el ateísmo esencial parcial, que lo que niega a Dios es alguno de los
atributos con los que se le suele representar: omnipotencia, omnisciencia,
providencia (atributos preambulares), o trascendencia respecto al mundo o
inmovilidad (atributos ontológicos puros); y el ateísmo esencial total. Esta es la postura asumida por el profesor
Bueno en su libro. En este subtipo lo que se niega es la esencia divina: la
misma idea de Dios. Negando la esencia, desde luego, se niega también la
existencia[11]. Este
autor explica que la idea de Dios, lejos de ser una idea precisa y determinada,
es más bien todo lo contrario: una idea confusa, un «mosaico de ideas
incompatibles»[12]. Una
idea que puede comprender atributos de lo más variado, incluso de tipo
antropomórfico o zoomórfico. Desde una perspectiva metafísica, una idea que tendría
que comprender la idea de persona, de un ser dotado de inteligencia y voluntad,
lo que según Bueno sólo es predicable de los sujetos corpóreos caracterizados
por su finitud. Por eso la idea de Dios es una «pseudoidea» o una «paraidea», una
idea formada por atributos contradictorios, opuestos, del mismo estilo que las
expresiones «círculo cuadrado» o «decaedro regular» (contra Wittgenstein,
podríamos decir que los límites del mundo son los límites del lenguaje[13]).
En definitiva: una total contradicción, un término contrasentido, una idea que
«no existe por estar constituida por atributos esenciales contradictorios»[14].
Esta
es, en líneas generales, la exposición de este profesor de filosofía sobre el ateísmo
esencial total, sobre la idea de Dios. Una idea que quizá nos saque de pocas
dudas y nos introduzca en otras mayores y más truculentas[15];
una idea oscura, misteriosa. Porque, como escribe Nietzsche en Así habló Zaratustra, con algo de
ironía, «¿No consiste la divinidad precisamente en que existan dioses, pero no
dios?»[16].
[1] Gustavo Bueno, La fe del ateo, Temas de hoy, Madrid,
2007, 382 páginas.
[2]
El profesor Bueno define la
fe como «acto o disposición personal
subjetiva relacionado de algún modo con la verdad de un contenido, denominado
creencia», recalcando la importancia que tiene la confianza que nos merece la
persona que nos transmite esa creencia, lo que refuerza su carácter de acto
interpersonal. Ver Gustavo Bueno, La fe
del ateo, páginas 11-12.
[3] Umberto Eco, Carlos María
Martini, ¿En qué creen los que no creen?,
Temas de hoy, Madrid, 1997, 176 páginas.
[4] Fernando Savater, La vida eterna, Ariel, Madrid, 2007, 261
páginas, páginas 100-101. Es muy graciosa la anécdota que cuenta el profesor
Savater sobre una señora que se le acercó en una Feria del Libro de Madrid y le
preguntó si era creyente. Nuestro autor, a la gallega, le preguntó a su vez a
la buena señora sobre el tipo de creencia al que se refería. La mujer contestó,
con algún titubeo, que «en lo corriente». Entonces Savater le dio una respuesta
magnífica: «desde luego, señora, claro que creo en lo corriente. En lo que no
creo es en lo sobrenatural.», ver páginas 99-100.
[5]
Hay autores, como Marcel
Gauchet, que han dicho que el cristianismo es «la religión para salir de la
religión».
[6] Gustavo Bueno, La fe del ateo, citado página 18.
[7] Javier Sádaba, De Dios a la nada. Las creencias religiosas,
Espasa-Calpe, Madrid, 2006, páginas 113-126.
[8]
Ver Javier Sádaba, De Dios a la nada…, página 125. Por
ejemplo, el profesor Sádaba cita el argumento que sostiene que la sustancia del
mundo es eterna. Si esto es así, entonces la presencia de un Dios es
irrelevante: «la eternidad del mundo haría superflua la existencia de un
creador o de cualquier otro ser que pusiera el mundo en movimiento», citado
página 125.
[9] Gustavo Bueno, La fe del ateo, citado página 18.
[10] Idem, página 18.
[11] El profesor Bueno explica que
las preguntas sobre la existencia de Dios, desde el punto de vista del ateísmo
esencial total, son capciosas, son preguntas con trampa. En este caso, la pregunta por la
existencia presupone la esencia, el concepto de Dios, de modo semejante al
argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury: si soy capaz de pensar en el
concepto «Dios» es que entonces Dios no tiene más remedio que existir en la
realidad, y no ya sólo en mi pensamiento. Ver Javier Sádaba, De Dios a la nada…, páginas 145-146,
donde se hace una crítica de este famoso argumento sobre la existencia de Dios.
[12] Gustavo Bueno, La fe del ateo, citado página 20.
[13] Yo puedo decir la expresión
«círculo cuadrado», forma parte del lenguaje, pero es imposible que trace un
círculo que sea círculo y cuadrado al mismo tiempo. Ni siquiera puedo
representarlo mentalmente si no es cambiando lo que es círculo o lo que es
cuadrado, o sea, alterando su esencia. Bueno dice: «Yo puedo afirmar con toda
seguridad que el «decaedro regular» no ha existido nunca, ni existe, ni puede
existir… no es una esencia, porque no existe el concepto de «decaedro regular»,
sino sólo el nombre de un mosaico de conceptos e imágenes geométricas agrupadas
en una totalidad imposible», La fe del
ateo, citado página 21.
[14] Gustavo Bueno, La fe del ateo, citado página 31.
[15]
En su libro Las preguntas de la vida, Fernando
Savater, al reflexionar sobre el origen del universo y el argumento de Dios
como posible creador del mismo, escribe, con su habitual humor, lo siguiente: «En
nuestra tradición cristiana, la respuesta más popular a este embrollo es
recurrir a un Dios creador. Dejando aparte la respetable piedad de cada cual,
se trata de intentar explicar algo que entendemos poco por medio de lo que no
entendemos nada. El universo y su origen son dificilísimos de entender, ¡pero
anda que Dios…! La eternidad y la infinitud de Dios provocan el mismo
desconcierto que la eternidad y la infinitud del universo: si a la pregunta de
por qué hay universo respondemos diciendo que lo ha hecho Dios, la siguiente
pregunta inevitable es por qué hay Dios o quién ha hecho a Dios.» Ver Fernando
Savater, Las preguntas de la vida,
Círculo de Lectores, Barcelona, 1999, citado página 145.
[16] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial,
Madrid, 2006, 498 páginas, citado página 260.
Leyendo un foro me llamaron la atención esas clasificaciones
ResponderEliminarde "ateismo esencial" y "ateismo existencial".
Muy ilustrativo, muchas gracias! :D